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En busca de la mejor información sobre el coronavirus

En busca de la mejor información sobre el coronavirus

Marketing y Comunicación | Artículo
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  • Marzo 2020
Gorka Zumeta

Gorka Zumeta

Profesor de ESIC y Corporate Education. Consultor de radio y comunicación. Imparte formación relacionada con distintas áreas comunicativas como habilidades de comunicación; presentaciones, construcción de mensajes y comparecencias eficaces en medios; cómo la comunicación es el eje central de la eficiencia de la empresa.

Las redes sociales pierden credibilidad debido a la desconfianza que provocan las fake news.

La humanidad nunca había sufrido un ataque tan grave como este con un canal propagador de sus efectos tan potente e incontrolado como las redes sociales.

La crisis del coronavirus está siendo también una crisis de información o, según se mire, de desinformación. La globalización que propicia Internet, especialmente las redes sociales, constituye una realidad muy nueva, inédita, tanto como la pandemia que nos afecta. La conjunción de ambas con la enfermedad, que genera miedo social, y el altavoz enorme que lo difunde y multiplica han convertido el escenario en la «tormenta perfecta».

La humanidad nunca había sufrido un ataque tan grave como este con un canal propagador de sus efectos tan potente e incontrolado como las redes sociales, que suponen para millones de personas su fuente principal de información. Las nuevas generaciones son las más asiduas a su consulta y exposición para lo bueno y para lo malo.

En este caso, en el de la pandemia del coronavirus, las redes sociales aportan información de servicio útil, necesaria, vital en ocasiones; pero también aportan ruido, confusión y, lo que es peor, desinformación o, directamente, mentiras. Las fake news están campando a sus anchas y hasta los medios tradicionales se han visto contaminados por alguna información no ajustada a la realidad.

El último estudio, «Navegantes en la Red», realizado por la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC), que elabora también el Estudio General de Medios (EGM) a través de casi 20.000 encuestas, confirma una tendencia que las redes sociales vienen observando desde hace varios años al menos desde 2015: una tendencia progresiva de pérdida de credibilidad, sobrevenida como consecuencia de la extensión de las fake news y la desconfianza que provocan.

Los datos marcan tendencia: para el 62,2% de los usuarios de Internet, en 2020 las redes sociales constituyen su fuente principal de información, trono que hace tiempo Internet arrebató a la radio como medio que representaba la mayor inmediatez informativa. Sin embargo, esta preferencia ha perdido fuerza entre los internautas (el 70,7% en 2015 y el 64,6% en 2017). Expresado de otra manera, en los últimos cinco años, la credibilidad de las redes sociales como fuente de información prioritaria ha disminuido para el 8,5% de los internautas. Y la tendencia es claramente descendente.

Esto nos debe llevar a replantearnos algunas costumbres heredadas hace poco tiempo del nuevo escenario virtual, surgido, sobre todo, tras la irrupción de las redes sociales. Debemos ser muy precavidos cuando abordemos la consulta de temas especialmente sensibles y desconfiar de fuentes —o marcas— que no nos merezcan fiabilidad. Una crisis sanitaria de las dimensiones de la que estamos padeciendo requiere información fidedigna, que solo nos llegará a través de los cauces habituales: los medios de comunicación en cualesquiera de sus soportes.

Estamos, pues, en esta adversa situación en la que el miedo se ha instalado en buena parte de la sociedad, ante una oportunidad de los medios tradicionales de comunicación frente a las nuevas maneras de difundir información, conceptos que nada tienen que ver entre sí. La posibilidad de que cualquiera, a través de su cuenta en Twitter, Facebook o Instagram, por citar las más populares, se erija como autoridad en materia sanitaria, porque lo que difunde en sus redes se lo ha escuchado decir a una amiga de la prima segunda de su vecina, cuando menos debe inquietarnos por los efectos que puede llegar a producir en caso de hacerse viral. El peligro existe y hemos de ser conscientes de sus terribles consecuencias.

Los medios de comunicación tradicionales —prensa, radio y televisión— están haciendo un enorme esfuerzo por ofrecer información contrastada y ajustada, procedente de fuentes sanitarias. Es cierto que la novedad del coronavirus también ha pillado a contrapelo a los propios médicos, pero eso no justifica que aumentemos sin necesidad la confusión entre la población afectada. Muy al contrario, los medios deben difundir certezas, aunque sean pocas todavía, e información de servicio, útil y necesaria, que toda la población deba conocer para preservar su integridad física. Y esta, por su parte, debe ser especialmente cauta al consumir información y desconfiar por naturaleza de aquellas fuentes que no dispongan del sello de calidad mínimo e imprescindible requerido por una fuente de información fiable.

La mayor exposición que sufren nuestros jóvenes frente a las redes sociales plantea también una labor de apostolado acerca de la necesidad de desarrollar su espíritu crítico, al tiempo que debemos advertirles dónde deben buscar las fuentes más fiables para informarse de los temas verdaderamente importantes. La dieta virtual que siguen, en la que abundan los memes y la desinformación disfrazada de vitola de credibilidad, debe encontrar un equilibrio apoyado en los medios de comunicación profesionales. Y para ello requieren de orientación, labor que corresponde no solo a los padres, sino también a los centros de enseñanza.

Por último, debemos advertir que la hipercomunicación sobre la crisis del coronavirus también puede provocar disfunciones y desequilibrios emocionales en los que el miedo ejerza su peor efecto. Hay que dosificar la exposición a la información —por ejemplo, dedicándole dos o tres momentos al día, no muchos más— para evitar patologías como la ansiedad o la depresión. Informados, sí; pero no en exceso, que puede resultar ciertamente enfermizo.

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