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Primer semestre, enero-junio 2010
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La efectividad de las campañas de comunicación anti-tabaco en los jóvenes españoles
INTRODUCCIÓN
Los daños del tabaco son bien conocidos hoy en
día. Un fumador tiene una probabilidad dos ve-
ces mayor de morir de forma prematura que los
individuos que no fuman. El tabaquismo es el
culpable de una lista, cada vez mayor, de enfer-
medades. Anualmente se estima que mueren
más de cuatro millones de personas en todo el
mundo por alguna enfermedad asociada con el
consumo de tabaco. Todo ello, ha llevado a algu-
nos a afirmar que el tabaquismo es una de las
peores enfermedades de la humanidad. A pesar
de todo ello, según el Comité Nacional para la
Prevención del Tabaquismo, en 2008, el 24,1%
de los españoles eran fumadores y estas cifras se
repiten en todo el mundo. Más preocupante es la
cifra de adolescentes que en alguna ocasión fu-
man, superior al 30%. Es conveniente, entonces,
una reflexión sobre el éxito que, las campañas
para prevenir esta enfermedad, tienen. Más aun
cuando, comparada con otras campañas, el re-
sultado de este trabajo indica que parece existir
un fracaso. Todo esto hace que sea necesario re-
plantearse los motivos por los que la población
decide dejar de fumar y la forma de comunicar
estos motivos.
Si nos fijamos en la siguiente definición de
marketing social, éste parece el encargado de di-
rigir las campañas en busca del cambio de con-
ductas. Tal evidencia se refleja en la definición
de Kotler, para quien el “marketing social consiste
en la utilización de principios y técnicas de marke-
ting a fin de influir sobre un público objetivo y que
éste voluntariamente acepte, rechace, modifique o
abandone una determinada conducta en beneficio de
los propios individuos, grupos de individuos o de la
sociedad en su conjunto” (Kotler, Roberto y Lee,
2002). No obstante, este planteamiento da pie a
un elemento de discrepancia, y más concreta-
mente en cuanto al carácter voluntario del cam-
bio de conducta o de comportamiento se refiere.
A este respecto, son muchas las ocasiones en las
que la vida diaria permite constatar cambios en
pautas de conducta o nuevos comportamientos
que, si bien socialmente responsables, distan
mucho de realizarse voluntariamente, debiéndo-
se en realidad a la presión, al miedo a tener que
afrontar determinadas sanciones o hacer frente
al rechazo social
1
. Se trata, pues, y en todo caso,
de un cambio en beneficio del individuo, de de-
terminados colectivos o de la sociedad, pero de
carácter coercitivo o bajo coacción.
Lo cierto es que la práctica también permite
comprobar cómo una gran mayoría de las cam-
pañas y actuaciones llevadas a cabo en este cam-
po están directa o indirectamente auspiciadas (a
través de la financiación de la actividad de enti-
dades de carácter no lucrativo en sus diversas
modalidades) por el sector público, y ello a pesar
de que no sea menos cierto el hecho de que, por
muchas y diferentes razones, la aplicación efecti-
va del marketing social por parte de las Adminis-
traciones Públicas (cualesquiera que sea su nivel
y ámbito competencial) comporta una serie de
aspectos e implicaciones que se cuentan entre
los más complejos de aquéllos a los que ha de
hacer frente la disciplina del marketing
2
.
1 Siendo fundamental la inuencia de las “redes” personales
(Gummeson, 2007), cuya importancia acentúa la complejidad de las
relaciones entre sector público y ciudadano (¿quién controla a quién
y hasta qué punto?).
2 De hecho, lo cierto es que hay quien sostiene la sorprendente
dicultad que surge a la hora de tratar de poner en práctica todo tipo
de acciones de comunicación claras y efectivas con el ciudadano por
parte del sector público, evidenciándose una clara predisposición a la
confusión y/o a la mal interpretación de los mensajes (buscando do-
bles intenciones, argumentos ocultos, etc.). Véase, por ejemplo, y a
este respecto, Chapman y Cowdell (1998) –y la situación no parece
estar mejorando con el transcurso del tiempo–.
En este sentido, Kotler y Lee (2006), centran
su argumentación en constatar que el verdadero
problema –y la gran diferencia respecto al mar-
keting social desarrollado por otro tipo de agen-
tes– radica en que no siempre hay algo que “ofre-
cer” o “prometer” al ciudadano en el mensaje
(beneficio particular), sobre todo a corto plazo
3
,
con lo que es mayor la probabilidad de que la
eficacia de la campaña sea nula, o incluso se lo-
gren efectos contraproducentes.
Factores condicionantes del cambio
de conducta
Hace ya bastante tiempo que se vienen realizan-
do diferentes estudios e investigaciones a fin de
tratar de profundizar en el conocimiento de los
factores subyacentes en los cambios de conducta
o de comportamiento de los individuos, no sólo
desde la disciplina del Marketing, sino también
desde otras afines, como la Psicología Conduc-
tual. De este modo se estaría en posesión de una
muy interesante información, aplicable para me-
jorar la capacidad persuasiva de los correspon-
dientes mensajes y campañas.
En este sentido, se puede observar el Modelo
de Elaboración Probabilística (ELM) de Petty y
Cacioppo (1986). Dicho modelo plantea dos di-
ferentes rutas para el cambio de actitudes a tra-
vés de comunicaciones persuasivas: a) una ruta
de procesamiento central, que se produce cuan-
do el receptor del mensaje realiza una evalua-
ción crítica y exhaustiva del mismo, de la calidad
de sus argumentos; y, b) una ruta de procesa-
3 Estos autores proponen un total de doce principios “clave” a
considerar con vistas al diseño e implementación de campañas públi-
cas de marketing social más existosas. Tales principios van desde el
aprovechamiento de las ventajas y experiencias de campañas previas
y actuales de éxito, hasta la utilización de argumentos que evoquen la
sostenibilidad, pasando por la utilización de ciertas dosis de humor,
por ejemplo.
miento periférico, que implica un análisis menos
exhaustivo de los argumentos, por ejemplo,
aplicando reglas de decisión simples o heurísti-
cos en las que basar el juicio (Chaiken y Stangor,
1987; Eagly y Chaiken, 1984). Las dos estrate-
gias de procesamiento mencionadas constituyen
los dos extremos del continuo de “elaboración”.
La probabilidad de que se produzca dicha elabo-
ración dependerá de la motivación (por ejem-
plo, la implicación con el tema) y de la capaci-
dad (o habilidad) para procesar el mensaje.
Pero, tal y como indican Cismaru y Lavack
(2006), entre las diferentes aportaciones y teo-
rías cabe mencionar la Teoría de la Acción Razo-
nada de Fishbein y Ajzen (1975), La Teoría Social
Cognitiva (Bandura, 1977 y 1986), o el anterior
Modelo de Creencias sobre la Salud (Rosenstock,
1966; Becker, 1974; Janz y Becker, 1984). No
obstante, la Teoría de la Motivación para la Protec-
ción (o TMP) es, sin lugar a dudas, una de las
más influyentes.
Este modelo, desarrollado inicialmente por
Rogers (1975 y 1983), así como posterior-
mente en colaboración con otros autores (Ro-
gers y Prentice-Dunn, 1997; Floyd, Prentice-
Dunn y Rogers, 2000), postula que el individuo
se encuentra expuesto a dos tipos de estímu-
los: en tanto unos son de carácter externo (o
medioambiental, entre los que se contarían los
impactos debidos a las correspondientes cam-
pañas, pero no –y ni mucho menos– exclusi-
vamente), otros tienen un carácter interno (o
intrapersonal, estando relacionados con las va-
riables condicionantes de la personalidad del
individuo, así como con su experiencia vital
previa). Unos y otros ejercen su influencia
condicionante sobre los procesos cognitivos
intermedios y sucesivos a través de los cuales
se evalúan y sopesan las ventajas e inconve-
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