La otra cara de la moneda

¿Podemos hablar de desigualdad en pleno siglo XXI? Al oír esta pregunta quizás estés pensando en algún país subdesarrollado o en vías de desarrollo. Pero no hace falta que te vayas tan lejos. Hablemos de España. Se nos llena la boca diciendo que somos un país donde existe una verdadera igualdad de oportunidades y donde todo el mundo tiene los mismos derechos; pero ¿es eso realmente cierto? Si quieres descubrir por ti mismo la respuesta a mi pregunta, te invito a que veas las noticias, leas un periódico, pases una mañana por el SEPE o que observes la cola que se forma a las puertas de un comedor social a las dos del mediodía.

Las diferencias entre ricos y pobres han existido siempre, es cierto; pero, con la llegada de la Covid-19, se han hecho aún más patentes. Pensemos en todas las familias que han perdido sus ingresos, al tener que cerrar la persiana del negocio, o verse afectadas por un ERTE llevado a cabo por su empresa cual  chaleco salvavidas en medio de un naufragio.

A nivel social ha pasado lo mismo, se han acentuado las diferencias entre familias en función de su nivel adquisitivo. A la tradicional disputa entre qué tipo de español eres: de montaña o de playa; de izquierdas o de derechas; de empresa privada o empleado público; hemos añadido una nueva categoría: con o sin recursos. Y una prueba de ello la pudimos encontrar cuando estábamos en pleno confinamiento: mientras gran parte de la población alabábamos Internet por dejarnos continuar trabajando en remoto, por poder seguir las clases online, por permitir hacer videollamadas con la familia o tomarnos la cervecita virtual de los viernes con los amigos, hubo gente que ni siquiera tenía acceso a Internet o a algún dispositivo electrónico. Hablamos continuamente de cómo la pandemia mundial ha acelerado la digitalización del mundo y las ventajas que conlleva pero solemos olvidar reflexionar sobre la brecha digital que se ha creado a su paso.

Sin duda, algunas de nuestras asignaturas pendientes como sociedad siguen siendo la erradicación de la pobreza y la lucha por la igualdad. Existen diferentes ayudas económicas y subvenciones para paliar las diferencias sociales y, aunque necesarias, se han reputado insuficientes. Encontrar la solución ideal es difícil, especialmente si no se indaga en las causas del problema. Pero no nos conformemos con ofrecer solo un parche temporal.

¿Entonces, qué podemos hacer? Lamentablemente, no contamos con una receta mágica que nos permita solucionar el problema. Pero proponemos comenzar por algo básico, uno de los pilares de cualquier sociedad: la educación. Ya lo decía Nelson Mandela: “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”.

Por eso, promovamos una educación y formación de calidad, basada en valores como la meritocracia, el esfuerzo y el pensamiento crítico. Este es un trabajo de todos, porque recordemos, un país formado es un país con futuro.

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