La toma de decisiones, ¿consciente?

¿Se han parado a pensar cuántas veces escogieron realizar una acción u otra en la última semana?, ¿y en el día de ayer? Y, en la última hora, ¿qué han decidido hacer?

El ser humano está constantemente tomando decisiones. Vivimos en una sociedad en la que decidir es imprescindible: forma parte de nuestra forma de ser, de nuestra esencia como seres racionales. Todo lo que decidamos hacer e, incluso, no hacer, influirá en nuestra vida en el presente y, posiblemente, en el futuro.

Tomamos decisiones sobre asuntos cotidianos que, a menudo, no nos suponen ningún problema, pues muchas veces lo hacemos de forma automática. Sin embargo, cuando debamos tomar decisiones que consideremos importantes y que, posiblemente, marcarán nuestra vida obligándonos a tomar un camino u otro, ¿estaremos preparados para hacerlo?

La realidad es que, en muchos casos, no. En la toma de decisiones interfieren muchos factores: experiencias anteriores, estados emocionales propios y ajenos, la existencia de presiones, el riesgo que debemos asumir y, como no podía ser de otra manera, nuestra educación. De esos factores, la mayoría se presentan sin avisar, adheridos a la circunstancia que nos obliga a escoger una sola alternativa de entre cientos. Sin embargo, hay otra que se puede moldear a nuestro favor, permitiéndonos adoptar cierta ventaja en cuanto a hacer nuestras decisiones más eficaces: la educación.

A día de hoy, la educación e instrucción en la toma de decisiones es algo fundamental, pues nos dota de los recursos necesarios para afrontar situaciones complicadas en un futuro. Aunque ¡ojo!, siempre hay que apuntar que dicha preparación no nos hará los decisores perfectos, aunque si más certeros y con más capacidad de reacción cuando las cosas no nos salgan como querríamos.

Para ello, en este asunto, como en muchos otros, hay un paso fundamental que no podemos obviar: diagnosticar el problema. Por ejemplo: es por la mañana, está lloviendo pero no te has asomado a la ventana, y decides vestir sandalias. Frente a esta situación, es obvio que tu decisión no es la más correcta porque no has decidido abrir las cortinas para mirar a la calle y ver el tiempo, así que te vas a mojar los pies. Es decir, no has diagnosticado el problema.

Parece un ejemplo tonto, pero refleja muy bien el tipo de decisiones que realizan muchas personas cuando se les presenta un problema. Directamente no se paran a conocer cuál es el problema en sí y, por ello, toman decisiones poco acertadas.

Además, teniendo en cuenta que, a parte de seres racionales, somos seres sociales, muchas veces se nos presentaran decisiones que nos afecten como grupo. En dicho caso, parece obvio que lo que se requiere para poder tomar una decisión lo más adecuada posible es diagnosticar el problema entre todos. Esta situación nos permite un plus que no podemos no señalar: aprovechar las diferentes perspectivas que nos aporta el estar rodeado de gente.

De hecho, en relación a lo anterior, otro aspecto de suma importancia en la toma de decisiones es, sin duda, la capacidad de saber escuchar. Bien en una situación en la que debemos decidir de manera independiente o bien en grupo, el saber escuchar y apreciar las opiniones de los demás cuando las pidamos nos puede proporcionar diferentes puntos de vista que, quizás, no habíamos considerado anteriormente.

Pero en mi caso, la pregunta del millón suele ser: ¿cuánto tiempo es recomendable estar sopesando las alternativas con las que contamos?. Pues bien, para tomar una decisión final no hay que precipitarse, pues de ser así probablemente no habrás podido observar todas las posibilidades. Tampoco alargar la situación de elección durante demasiado tiempo, pues podrías entrar en un bucle de alternativas dejando, finalmente, la decisión para después y, además, perdiendo el tiempo, que recordemos que es un tesoro que nunca se recupera.

La experiencia nos puede ayudar a escoger un camino u otro pero, en realidad, que una decisión en el pasado nos haya atribuido un éxito o un fracaso no supone una ley no escrita de lo que pasará en un futuro.

Realmente, si nos paramos a pensar en todos los mecanismos que podemos poner en marcha a la hora de tomar una decisión importante y la repercusión que puede conllevar, tanto a nosotros mismos como a las personas que nos rodean, creo que merece la pena invertir en ello. Y, a mi parecer, la realización del curso enfocado en este aspecto ha sido de gran utilidad.

Invertir en que nuestros recursos sean de calidad para poder servirnos de ellos y guiarnos en la dirección que más pueda ajustarse a nosotros y a lo que queremos conseguir, ya sea de manera individual como en equipo, es fundamental.

Deja un comentario