Cualquier tiempo pasado fue mejor

Corría el año 1977 cuando se acordaron los Pactos de la Moncloa en España. La nación pasaba por la conocida transición de una dictadura a un régimen democrático y era imprescindible que todas las representaciones políticas se pusieran de acuerdo. Por el bien de España debíamos corregir el rumbo de los acontecimientos a corto y largo plazo: el déficit exterior, los niveles de inflación y de paro unidos a la dificultad de la situación política, eran cuestiones determinantes que debían de resolverse mediante el consenso. Aquel otoño del 77 las rubricas de los principales partidos políticos con el apoyo de las asociaciones empresariales y sindicatos, marcaron el camino a la estabilidad económica, política y social.

En los últimos meses, tanto fuera como dentro del congreso, se ha hecho referencia a este hito como herramienta para solucionar parte de los evidentes problemas que hoy tenemos. Nos encontramos frente una crisis agravada por la situación de pandemia y es de imperiosa necesidad un nuevo pacto social.

La gravedad del asunto así lo requiere. Un compromiso de la clase política para escuchar activamente a todos los representantes sea cual fuera su naturaleza, donde las partes estén dispuestas a negociar y renunciar por defender los intereses de los españoles, no los propios.

Por suerte o por desgracia, ni estamos en 1977, ni los políticos que ocupan los 350 asientos del Congreso son los mismos. De esto sabe mucho Ana Pastor, cuando nos contaba durante la ponencia On The Edge 3 que la sociedad en general sufre las consecuencias de posturas políticas enfrentadas. En situaciones en las que se identifican problemas, lo que realmente suma es el dialogo y la capacidad de remar en una misma dirección. Justo lo contrario a lo que estamos haciendo ahora.

Contaba la vicepresidente del Congreso de los Diputados que para llevar a buen puerto el germen de un nuevo pacto social, habrían de trabajar en base a tres premisas fundamentales. La primera es asumir las reglas del juego democrático, sabiendo que las partes debemos reconocer y respetar los derechos del prójimo. La segunda pasa por asumir la existencia de una variedad de puntos de vista y un desarrollo del pensamiento crítico. De nada o poco sirve basarnos en prejuicios para examinar el entorno si no ponemos en valor que en la variedad está la virtud y que el pluralismo existe. La tercera y última premisa, sería la de comprender que la discusión política no debe tender a posturas maximalistas. El dialogo debe conllevar siempre una disposición generosa, más aún en materia política.

En el marco en el que nos encontramos y más allá de las evidentes diferencias coyunturales entre aquella España de la transición y la actual, es claramente identificable la necesidad de hacer frente a profundas transformaciones con el objetivo de atajar problemas. El reto está en superar el narcisismo que parece que pudre a la clase política del siglo XXI.

Personalmente, me inunda un profundo desconsuelo con cada noticia, cada escándalo o decisión que toman en el Congreso. Siento asco y rabia a partes iguales y me van a permitir que diga que la situación es casi pornográfica.  Pienso con nostalgia en todos los logros que conseguimos hace 40 años y veo la fascinación en los ojos de mi madre cuando nombra a ciertos políticos de aquella España del 77. Qué bonito debió de ser que los auténticos influencers gobernaran. Qué suerte admirar a quien toma las decisiones.

En la foto, mi madre y Adolfo Suárez durante un encuentro del CDS en Sevilla.

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